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Gotemburgo

by TAIGA (IBERIA)

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1.
Gotemburgo 10:22
En el primer día Felicidad. Cerrar los ojos sentir el ronroneo del ferry en la sien. El aire golpea, nórdico y suave. Hay rocas como basílicas, que emergen en un mar gris y de viento. La tarde es mañana o madrugada. Todo es perfecto y se viste de siesta y sueño. Paradas de bus Ciudad hueca en sus calles. Pulsando tras grandes vidrios un ajedrez de fueguecitos casi maternales que prometen, engañando, bienvenidas. Aquí el asfalto parece madera. Las noches, y no lo creeréis, las noches suenan a lluvia en el bosque. Llegan hasta la parada de bus (nido vacío de gorjeos laborales) ecos y risas; una fiesta quizá no muy lejana. Voces de alegría femenina traen flotando consigo secretos de cuerpos que no despertarán enlazados. Llevas contigo libros de amigo. Son llaves, billetes, vendas, lentes de aumento capaces de desgranar el tiempo. Gruñidos de motor que jamás se materializan. Anhelos ocultos en horarios de bus de factura impecable, escandinava. La noche es tibia y humedad y viene del pasado. Revisas el cuentamiradas; en el día han sido demasiadas y todas muy lejos. Desde montañas más al Norte, desde el otro lado de un andén, desde el otoño de hace diez años. El único lugar seco e iluminado —no vale el pecho ni las páginas de nadie— es esta aséptica marquesina, que en una madrugada precipitada nadie quiere usar. Para orinar, esconder besos, roces esparcidos desde agosto. Hay un reflejo en el vidrio; no eres tú ni lo que esperas. Llega con un carraspeo el autobús y alguien baja, ves alejarse un par de zapatos, clop, clop, sobre la acera mojada, siguiendo la simetría agnóstica que dicta la partitura de los charcos. Has venido hasta el norte del mundo buscando el frío… pero el frío nos acompaña y a veces nos alimenta. No es verano lo que hace arder el estómago, es su ausencia lo que puede hundirte. Cuidado, noviembre acecha en los somnolientos parques de esta ciudad, que huele a roca amamantada de mar. Cuidado, el pulso tiembla cuando rozas la palabra equivocada; exacto, eso es, sí: la más acertada, la más hundida en ti. Podrían recorrerte, ciudad, de parada de bus en parada de bus, aceptando estos refugios de tu epidermis, fórmula improvisada para que no duelas tanto. Sabes que hay una combinación de esas paradas, que bien ejecutada abrirá la mirada menos conveniente, más deseada, perfecta en su dolor. Sábanas usadas con olor a frontera, café humeante (faro caprichoso), conversaciones culpables con expresión de niño tras un truco de magia. Has de marchar (porque amanecer en la vida equivocada puede hundir este archipiélago), levantar nieblas que lo aturdan en el gris. Has de partir, robarle dos tercios de noche, algo de lluvia y tres galletas de canela. Robarle aquella —una— promesa y dejar que el resto de la vida sea el muérdago en el ramaje compartido. En la calle noche siempre aún vierte el cielo pedazos de luna y nube un espejo fragmentado en la acera, una puerta que ni trescientos espartanos podrán cerrar un cuento escrito con lenguas de niebla besos bajo un abedul caricias de tierra húmeda con sabor a Norte. Aún has de seguir arañando el tiempo hoy; todavía te restan fuerzas para que esta noche sea desnuda en su filo. Archipiélago Brotan figuras, preguntas bajo los árboles. Surgen rostros de hoja de arce; la calle se inclina, la noche resbala por ella, el líquen escoge una bicicleta para cruzar el fiordo. Asambleas de cormoranes descansan en islotes donde la vida es en miniatura. Los ferrys dormitan con el vientre cálido de capuchino y pasteles de gengibre. ¿Puede ser que todo esté tan lejos que ya no temas el lenguaje de las medusas? ¿Que el agua tan al norte del mundo te acaricie sin cuchillos? ¿Que conversaciones que no entiendes sean parte de un paisaje y no de un problema? ¿Que las heridas que sangran sean motivo de recuerdos y sonrisas? La flora extraterrestre que antes se mecía líquida y amenazante desde su submundo hoy ha optado por abrigarte, ayudarte a conversar con el hielo. «Te acogeré hasta que me comprendas», susurra una ola negra. El brezo ha construido sobre ti una cúpula: «Vuelve al tiempo cuando corrías tras reservas de proteínas». Has abrazado una piedra y algo eterno pulsó soliviantando tu piel mojada y dura. El horizonte sólo tuvo que desnudarse y ya lo supiste: aquí es siempre gris. El verde es gris cuando encuentras la llave y entras. Y el gris es al final, al final del todo, más allá del colofón de la imprenta, más allá de la cadena de distribución, la venta, la devolución, el guillotinado y la donación. El gris es verde, siempre lo ha sido. La noche naranja y negra de Gotemburgo también es verde. Paseo Raíces húmedas, jazz en lugares bajo tierra. Vida apagada a las seis de la tarde. El agua lame en olas sucesivas las calles en pendiente atlética, los matemáticos recovecos donde pasos no vistos resuenan desde siempre. Lo que nunca ocurre Aura de piel, cereal y primigenia, miradas añiles y mimbres de avena; corre, esbozo de contorno a carboncillo, bajo pasillos de abedules, abetos, hayas. ... Irredento deseo de caer a tierra, apretando el rostro, todavía cálido, contra el algodón de humus fresco de rocío sin calendario. No llega el sol a esos bosques dejándose caer. Prefiere correr por ellos lanzando miradas difíciles. ... Cazar una conversación en la madera esponjada de un lugar asumido pero secreto como la savia… el sueño de la perfección cotidiana. Lugares de recreo La veta de mármol traza rutas arcanas: espirales, líneas vertebradas en cartílago de ballenas titánicas y hundidas en el pleistoceno. El tiempo se ha congelado, con olor a brea y arenque, bajo los muros de la ciudad. Cimientos de haya, troneras de sol tímido, grandes espejos, puentes al sur. Tacones trazando el esquema de lo posible. Nenúfares almidonando lagos, nutridos de raíces de matriz oscura. Abrir los ojos, escuchar a las ocas; una garza se balancea suspendida de un silbido, es el péndulo de un instante perdido guardado en el correr sanguíneo siempre dentro. Bajo el dintel del agua, el frío; sobre la bóveda de junco, aire anudando pestañas. Con la enea tropiezan escaleras de pasos torpes. El día es un peine que riza el cristal, las palabras son periodistas estúpidos, repitiendo desinformados el dictado de una sombra fallecida de inanición. Huida Querer más acecha tras cada despegue, cada aterrizaje. Graba runas del descontento más férreo. Los neones de las urbes del Norte no sacian las melodías intuídas en el Sur. Viajarás siempre porque Dios no existe y porque esta ciudad puede llegar a existir demasiado, existir con amor que asfixia. Instante detenido Huele a helecho y a brezo y adiós. Aspiras el rastro vítreo y notarial de babosas errantes. Las fibras de olor a serpiente encogida a la espera de un sol huido hace meses. El musgo adormece la boca, un arañazo en equilibrio abre ciénagas, tablones, concursos de hípica. Pinceladas de verde roble, brotar espumoso de latencia arcaica. Una capa de vaho celeste, muelle andar en nubes de acículas adormecidas. La tierra es el asfalto. Alrededor, desolado Furia hardcore en la misma oscuridad impermeable donde titila un ride que recita a Coltrane. Las luces en todas partes, las muescas de naranja en las que los pinos nos escriben misivas de padre desde sus cortezas. Un cielo que acaricia huidas a contrapelo, copas, antenas, barcos, ferrys escribiendo poemas demasiado tristes, demasiado ahora, aún pronto, siempre repetidos, jamás domados. Noche y apartamento Voces en idiomas suaves inscritos en obleas de abeto. Voces en escaleras demasiado circulares, voces, gemidos de herrumbre en barcos varados sobre playas de grava. Praderas anegadas aguardan el sonido de una fídula cuya red pueda engatusar a las voces que hoy resuenan en el lento espasmo comatoso de edificios descascarillados. Voces al otro lado de la puerta —el café ya silbó, no quiere tazas amables—, y la puerta al otro lado del tibio resplandor. No hay voces en tu entrepierna. Todas arden tras tus ojos de bruma. Un enorme ventanal bosteza y gruñe tranquilo, vibra con ecos de fragor de costa, encierra en su transparencia máquinas de vapor, viajes elididos en un parpadeo, una madrugalba compartida. Lluvia de través, lateral, cruzada; lluvia afilada tejiendo suéters a los canales, a las muchachas rubias, al olor esparcido de cafés fuera de lugar, fuera de su borde, fuera del susurro que debería posarse en esta tierra. Cíclopes habitados de pequeñas pantallas. Entre la tarde y la madrugada ha de haber un mundo en secreto, un lugar para jugar al escondite con las horas, un lugar iniciático vedado al recién llegado. Hay entrenamientos de fùtbol y siluetas desenfocadas que trepan por la calle con las últimas compras; hay besos apresurados entre el teclear de un móvil. Ves todo eso y comprendes, intuyes, la trampa. Palpas las pinceladas oleosas del disfraz y las grapas en tensión acotando el lienzo. Escuchas con atención por las rendijas, acaricias las jambas, la puerta. No será esta vez que el viaje se invierta. Asideros ¿Cuántos disparos hoy? ¿Cuántos gritos y gestos lanzados? ¿Cuántos señuelos corroídos en segundos? Cuántas esperas en el infinito saltando sobre grietas sin fondo, de reloj. Sin la voz no hay nubes. Sin las afinidades apenas descubiertas, ni los lugares velados de algunos tejidos o el tacto intenso de un viento exacto. Sin… no hay diario, no hay café ni tostadas ni largas conversaciones de e-mails en enero. No hay vacío sobre el que Sìsifo pueda ejecutar su salto maestro en la modernidad. Ciento ochenta grados Lo oyes en las calles en los parques mojados y saltando de farola en farola. No hay lluvia amable que venga con su manto de lejanías a rescatarte del fondo de esta ría caliza. El ocre de otoño cíclico es una frase amistosa, apenas un entreabrir de labios o el giro de la aguja inconclusa del minutero. Has de volver; esta vez con músculos ateridos y nuevos trazos de polvo que entorpezcan tus pasos. En el regreso está el triunfo y el desgaste de la cometa. Ciclo de estío Lejos de las autopistas hay charcas negras que ocultan tumbas para el invierno. El otoño nace difunto y a veces. En ocasiones se filtra entre nubes. El verano prefiere hacer collares, ensartar frutos del bosque, piñas viejas de abeto, bellotas ya visitadas. El verano estuvo aquí. Alguien ha entrado en el fango armado con sandalias, los niños ríen empuñando helados imposibles de fruta lejana. El verano llegó hasta esta ventana frente a tu apartamento; escogió el fregadero donde ella lavaba un par de vasos (acrópolis de la noche) y se sumió en las cañerías. Un escarabajo cartografió su huida. El trazado de su ruta ha venido a decorar, con su aroma de pino irresponsable, estas paredes de madera pintada que te separan de cien montes, mariposas, tarros de miel. La realidad No lanzarás malas canciones. No dirás qué impresionista plagiaba a sus colegas franceses. Pasarás por delante de polígonos industriales portando una venda de arándanos sobre los ojos. Al balbuceo de un yonqui responderás con un giro de aspas de molino. Al disfraz adolescente que acota Occidente superpondrás estructuras óseas y envolturas de leche áurea. No has venido a cortarte con el hielo ni a incubar insectos bajo la piel. En esta fuga ningún barrote puede borrar esquemas sobre servilletas oportunas. Un banco resignado de traviesas húmedas es una isla para quien huye, siquiera de forma inocua. En las escaleras de los monumentos, piezas de puzzle multicolor, planos para una rutina duplicada, brazos llenos de recuerdos de mala calidad. Al final del día hay suelas desgastadas en la ascensión de leviatanes de cronografía prehistórica. El pantalón es un pañuelo usado. La camisa te sobra, te falta, te sobra, te delata, te eleva, te manda a la cama. Hay olas queriendo romper al pie de tu lecho. El ascensor del bloque cruza a veces un embarcadero donde las lapas sueñan naufragios, puerto en cuyo fondo duermen enormes tornillos de coral, en cuya superficie las plumas navegan aventureras. Una uve de ánades rasga la pupila y abre la pared de tu cautela. Te derramas sobre un bosque encharcado de abedules, lejos de los tranvías. Hundes tu dedos-clavo en la esponja de líquen; la piedra respira debajo y con su eterno perfil de luna opta por no ayudarte a flotar. No esperes un brillo de oro donde bailan las algas. No hay una broma privada ni balanzas de vaho ocultándose en el periódico arrugado que viaja gratis en el último asiento del bus. No hay sonrisas en el cieno del canal. Al final de las cubetas de vinilos viejos que ocuparon demasiado tiempo y espacio no espera aquella grabación de jazz que antes de tu nacimiento te dejara un mensaje críptico. Despierta Han pasado las horas con esa calma fugaz que a veces se pinta los labios y otras prefiere el sonido de pedales oxidados. Han pasado los días y la Edad del Hierro ha amenazado con tectónico bostezo la estabilidad aparente de las autopistas y puentes levadizos. Han pasado las semanas y sólo el otoño bajo las rocas de Gotemburgo ha podido insinuar que el verano se fue en la madrugada de ayer, tras cuatro acordes de séptima aumentada. Abrazo de septiembre Islas de granito trazan golpes de mazo sobre las arrugas de un mar escandinavo. Los bosques arraciman sus cabellos en círculos pétreos expuestos a ser descritos. El fluir del viento y su color entre troncos se ven asediados cada vez que los miras. Cuando lo nombras o marcas con tu pluma al rojo, en alguna parte una esquirla de eternidad se eleva bruscamente de su hibernación y bosteza una pregunta que deseca para siempre su piel. Un paso aquí es una lanza. Hablar aquí es germinar mal, acero. Si osas soñar sobre este lugar, lo perderás licuado en el horizonte de tu próximo viaje inútil. Si intentas capturarlo, sólo te golpearás el rostro con polvo de un mal libro. Simplemente, calla; sé mineral, desnúdate en la tarde y desaparece. No vuelvas. Librerías en ciudades suecas Libros burlones en idiomas inaprensibles, ejércitos socarrones aguardando en estantes para que tus ojos indefensos y sin luz acaricien tesoros de la prehistoria y sólo adviertan un montón de piedras cubierto de óxido. Libros calientapollas libros hijoputas del primer mundo. Algo que hacer Una senda sin marcar, una casa de letras por levantar, bosque donde la noche salta de sombra en sombra. Huecos entre cárcavas donde hundirse. Enebros que rasgan la mano en el intento torpe de no caer. Un edificio de flan, dulce, delicioso, punible, fungible, comestible. En las ramas de los versos podremos encontrar una muerte épica, de soldado en el corazón de Europa, arropado por campos iluminados de centeno. Morir empuñando un libro y disparando una última metáfora. Tiembla Numancia.

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Extractos del poemario "Gotemburgo", publicado por Reflector Libros en verano de 2016.

librosreflector.blogspot.com.es/2016/08/calendarios.html

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released September 9, 2017

Ruido, imagen, letras: DSM

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TAIGA (IBERIA)

Taiga is drone, ambient, sound of prehistoric times, ancient woods, frozen northern seas.
Born in 2007, Taiga (Iberia) used to be known as just TAIGA. Then I discovered another project with the same name, in Russia. So I decided to include the word "Iberia", name of the peninsula I've been born. I like to think about a new glaciation covering the warm lands of Iberia: iberian Taiga. ... more

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